Y entonces, en medio de la noche fría y oscura,
la desilusión la cobijó y la hizo su cautiva.
Llegó victoriosa y alzada, pero benevolente.
No preguntó de razones, solo abrazó su soledad,
Tampoco recordó sus advertencias; optó por escuchar.
Ella disfrutó de su compañía, se sintió reconfortada.
“¡Ay desilusión, no me dejes nunca!”, decía entre sollozos,
“No me dejes nunca, quédate a mi costado,
Porque es mejor tu verdad, que mi mundo desolado”.
La noche murió con el canto de las aves,
ella despertó con un vacío en el pecho,
no era un sueño, sino un efecto,
aquella noche, la desilusión de su alma se había adueñado.